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miércoles, 31 de agosto de 2011

SOBRE NUESTRA MANERA DE SER IGLESIA

PORQUE OTRA IGLESIA

ES POSIBLE


Esta es una propuesta para trabajar: CLAVES PARA VIVIR EN IGLESIA “PUEBLO DE DIOS”, tomando como base de referencia el libro «OTRA IGLESIA ES POSIBLE» de Joaquín Perea González (presbítero diocesano de Bilbao, formador en el Seminario de Derio, profesor de Teología Fundamental y de Eclesiología en ese centro y en la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto,  fue profesor y Director del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao y es presidente del Consejo de dirección de la revista “Iglesia Viva” ).



En la reseña que el autor hace del libro, en su contraportada, el autor nos dice:

«El título no debe dar lugar a equívocos. No pretendemos inventar ahora una Iglesia que no sea la de Jesús. Desde el primer momento queda claro en este libro qué Iglesia quiso Jesús, que ella es un ser viviente y que, como todo auténtico ser viviente, es igual a sí misma precisamente en su constante renovación. Y ésa es la gran tarea que nos ha tocado a nosotros. Tras un primer esplendor en el inmediato postconcilio, las fuerzas conservadoras han ido apoderándose de los resortes del poder eclesiástico, han ido “reconduciendo” el Concilio hacia posiciones preconciliares maquilladas de modernidad en las palabras y están deshaciendo el sueño de una radical adecuación del proyecto de Jesús. Por eso se afirma que otra Iglesia es posible, distinta de la que se nos presenta públicamente a través de órganos institucionales que asumen una autoridad y un protagonismo de sujetos que sólo pertenece a la totalidad del pueblo de Dios. Pero el título no debe dar lugar a equívocos ya que no pretende inventar ahora otra Iglesia que no se la que quiso Jesús».

El libro de Joaquín Perea (editado por HOAC) es una muy buena contribución a esa tan necesaria renovación y conversión, tanto personal como comunitaria, a la que como Iglesia estamos llamados. Aborda aspectos tan centrales como la promoción del laicado y su corresponsabilidad, el dinamismo misionero de nuestras parroquias, las formas de vida que la Iglesia queremos testimoniar, la extensión del espíritu del Concilio Vaticano II. Y todo ello desde un profundo amor a la Iglesia.

Es un motivo, para animarnos todos y todas a seguir en la apasionante tarea de difundir la Buena Noticia.



Pero como quizá no todo el mundo tiene la oportunidad de dedicarle las horas necesarias para leerlo, aquí van las reseñas de algunos capítulos:

La imagen de Iglesia del Concilio Vaticano II (Cap. III)

Veinte siglos después de que el profeta nazareno lanzara aquel movimiento que se constituyó en Iglesia, ésta se reunió en Roma para reflexionar sobre sí misma, con objeto de reajustar su fidelidad al proyecto del fundador. El Concilio Vaticano II puso en marcha nuevos impulsos y produjo efectos transformadores, unos deseados y planificados, otros imprevistos, impredecibles en su día. Desató un proceso que ha sacudido profundamente la identidad eclesial, causando gran conmoción, no sólo pastoral, sino también eclesiológica. En el pueblo cristiano existe hoy la conciencia de una ruptura con líneas concretas de un pasado eclesial todavía reciente. Se han interpuesto dificultades y resistencias en la verificación de la eclesiología del Concilio, resurgen tensiones análogas a las que existieron durante su desarrollo.

En un tiempo de temores y angustias, experimentadas universalmente, una de las tareas más apremiantes de la Iglesia para que su anuncio sea creíble es: la transmisión y mediación de la experiencia de que “donde actúa el Espíritu del Señor, ahí está la libertad” (2 cor. 3,17).

Así, solo donde la Iglesia se experimenta internamente como espacio de libertad vivida, se convierte en oferta convincente de verdad y puede exigir con credibilidad espacios sociales de libertad para si misma y para los demás.
La Iglesia en el mundo actual. Presencia y tareas (Cap. IV)

Basándose fundamentalmente en la constitución conciliar sobre la Iglesia, Gaudium et spes (GS), trata de mostrar cómo ha de situarse y actuar la comunidad cristiana en la sociedad actual, en el mundo de hoy (montados sobre la injusticia y la opresión). Frente a las tendencias extremas del espiritualismo desencarnado y del secularismo sin visión trascendente, que lleva a una ruptura entre la Iglesia y el mundo moderno, se intenta señalar el punto exacto de equilibrio en el que la Iglesia se hace presente y actúa en el mundo. No sólo falta justicia, paz, libertad, sino que falta sentido de la existencia. La comunidad de los que viven la referencia al Jesús del evangelio, quiere ofrecer a todos una visión de sentido y ayudarles a realizarlo.

Presencia y actuación en el mundo (Cap. IV)

La sociedad laica tolera el servicio de la Iglesia en la medida en que lo considera eficaz. Muchos cristianos también piensan y se sienten más cercanos a quienes comparten sus luchas, aunque no sean creyentes...

La falta de claridad respecto al sentido que damos a los términos Iglesia y mundo es una causa de muchos malentendidos.

A partir de la fe en la creación, el creyente comprende la realidad del mundo como su tarea: el mundo es tarea, a configurar y transformar.

El ser humano pone las capacidades necesarias para dominar el mundo,  organizar la sociedad y perfeccionar las formas de existencia humana; con competencia suficiente y autónoma. Autonomía que salva la dignidad y el valor de todas las obras humanas. Las sociedades se ordenan para el bien integral de la persona, a la promoción universal de todos los seres humanos, sin que ninguna autoridad religiosa tenga que organizar las cosas del mundo.

Así, la Iglesia (como Institución) no ha de ingerir indebidamente en campos que no son de su incumbencia.

Los creyentes, somos ciudadanos del mundo y de la Iglesia. Hemos de entender que, en lo creado, no hay unos espacios profanos y otros sagrados. Porque todo viene de Dios y todo se orienta al Reino.

La Iglesia es parte de la humanidad que, por su fe en Jesucristo, conoce el sentido último del mundo y se esfuerza por realizarlo.

De este modo, la Iglesia es “Sacramento de la Salvación”: manifestación concreta, visible e histórica, de la Salvación que Cristo consiguió para el mundo... y que, ahora, se nos ofrece a través de la Comunidad de Vida que es la Iglesia, el Pueblo de Dios que muestra al mundo que la venida del Reino colma el anhelo más profundo de la Historia humana.
«Evangelizar, la dicha y vocación propia de la Iglesia» (Pablo VI) (Cap. V)

El sujeto adecuado de la evangelización misionera es la Iglesia como tal, en toda su riqueza y complejidad. La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI lo dejó suficientemente sentado (núm. 13-16). La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los apóstoles. Es enviada por Él a evangelizar.

La Iglesia se realiza como tal en el proceso de anunciar la Buena Noticia y realizarla con hechos y palabras. Aquí se encuentra la identidad de la Iglesia: en evangelizar. La Iglesia en toda su complejidad, es decir, el conjunto de la realidad eclesial, tanto en sus instituciones como en sus comunidades, los mismo en su libres agrupaciones sociales que en sus movimientos, organizaciones, estructuras confesionales. A todo ese conjunto corresponde la tarea y misión, la dicha y vocación de evangelizar.

Es enorme la amplitud y dificultad de semejante tarea. Para quienes estamos en una organización como Ocasha-CcS, es importante que sepamos centraremos en vivir, junto a lo cotidiano también nuestros compromisos, orientando cuanto hacemos de forma que sean expresión de un talante y puedan alimentar la mística propia de la evangelización misionera que corresponde a nuestra “identidad”. Con tal espíritu ha de emprenderse, desde la base en la que estamos, una profunda reforma que abandone viejas estructuras anquilosadas, heredadas de otras épocas, que dificultan la evangelización misionera. Sin dicha reforma nuestro mensaje no será oído, no tendrá credibilidad.

En estrecha relación con el desarrollo de la conciencia actual de la dignidad de  la persona humana, también en la Iglesia, creemos que el pueblo de Dios no es sólo el receptor pasivo de los dones de la salvación y de la palabra de Dios, sino que  le corresponde una actividad propia en el acontecimiento de la Salvación.

Todas y todos somos “sujeto activo” en el “actuar” (no podemos permitir que nuestra misión sea acaparada por la jerarquía). Y se trata de luchar por orientar la historia hasta que todos los seres humanos sean sujeto de desarrollo de su dignidad personal.





Cuestiones:

Somos ciudadanas y ciudadanos del mundo. Como creyentes en Jesús y su mensaje, nos sabemos “laicos” para servir a la persona humana. ¿Con plenitud de derechos... en qué ámbitos?

El Concilio Vaticano II llama a la Iglesia “Sacramento de la Salvación”. ¿Tenemos conciencia de esta identidad? ¿Nos sabemos porción de humanidad que se ha sentido llamada por Dios para ser signo eficaz de salvación? ¿Como podemos significar, desde nuestros grupos, que Dios está salvando...?


Si se rata de un pueblo sacerdotal, quiere decir que a todas y todos nos corresponde el sacerdocio común, como participación del sacerdocio de Cristo ¿en qué medida nos sentimos responsables de ello, para sentir y asumir el compromiso común?, ¿o es que preferimos seguir con una Iglesia de clericalismos?

El cristianismo no es una ideología, sino una vida. Ante la situación del mundo (falta de justicia, paz, libertad...) ¿Cómo vivimos nuestro credo?, ¿Hasta dónde hemos de respetar todos los modos de ser del mundo?

La Iglesia es el “nosotros” de la fe. Pero ¿nos sentimos (todos) sujeto, estructura comunitaria de gente creyente?. Lo de despertar el sentido comunitario ¿lo vemos necesario?, ¿es algo optativo o imprescindible?

La Eucaristía, ¿qué es para nosotros la Eucaristía?, ¿un espacio de comunión de vida entre Dios y la persona humana?, ¿la sentimos como algo que nos convoca a hacer Iglesia?, ¿cómo vincula a los creyentes entre sí y con Cristo?, ¿cómo partir el pan eucarístico sin partir también el pan de cada día (la lucha por la justicia, la paz y la libertad de las personas y los pueblos; por la civilización del amor) y ser “signo universal de la salvación”?

Jesús predicó el Reino ¿qué tiene que ver la Iglesia con el Reino? Y nosotros: ¿cómo de nuestro sentimos el Mensaje?, ¿hasta qué punto estamos convencidos de que la credibilidad del Evangelio, en el mundo de hoy (sin dejar de ser fieles a sus orígenes), depende del modo de presencia (con participación) de los creyentes en todas las realidades vitales de la Iglesia?

Y frente al triunfalismo (de la época de “cristiandad”) tradicional, ¿nos sentimos pueblo peregrinante, dialogante con el mundo, en marcha y en renovación, en reforma permanente para ser cada día más fiel al Mensaje evangélico?

Y frente al derrotismo (de estos tiempos de “crisis” de tantos valores...),  ¿cómo alentar nuestra esperanza?, ¿cómo ser punto de referencia de una fraternidad sin barreras, abierta universalmente a toda la humanidad?

En nuestras asociaciones, comunidades parroquiales, pequeños grupos de oración,... ¿podemos considerarnos un grupo de personas realmente cristianas, convencidas y suficientemente motivadas para asumir los nuevos retos de la evangelización?